El 31 de julio supimos que el maquinista que conducía el tren Alvia accidentado en Santiago recibió una llamada de móvil unos dos minutos antes del accidente, que realizó el revisor del tren para darle una información de una importancia secundaria sobre la comodidad de unos pasajeros concretos al apearse. El maquinista ha declarado que conducía en torno a 190 km/h antes de llegar a la curva, donde intentó frenar. A esa velocidad se recorren, en dos minutos de llamada, 6,3 km. El maquinista ha declarado también que no sabe lo sucedido, que se despistó y que no comprende lo que pasó.
El sistema de control de la velocidad del tren dependía íntegramente de la atención del maquinista. El sistema ASFA, que era el implantado en ese tramo, no detiene el tren mientras no supere los 200 km/h. A diferencia del ERTMS, que “salta” cuando se supera cualquier velocidad permitida, el ASFA no lo hace. Además, la información que el maquinista debe conocer sobre velocidades no le llega a través de señales ferroviarias. No había antes de la curva de A Grandeira un aviso de que debía reducir a 80 km/h., sino que el conductor del tren ha de ir adaptando las velocidades siguiendo una hoja de ruta y un cuadro de velocidades que se le proporcionan en papel. Según la información revelada por la “caja negra” del tren, mientras el maquinista atendía la llamada de móvil del revisor, estaba consultando algún tipo de documentación en la cabina, es lo que se oye en el sonido ambiente registrado.
Los datos que se han revelado hasta ahora, hacen pensar que el sistema de seguridad del Alvia, en relación con la velocidad del tren, dependía de lo que los psicólogos cognitivos llaman la “ilusión de atención”, que en esencia consiste en la tendencia a sobrevalorar la capacidad de atención de los seres humanos cuando están realizando dos tareas visuales al mismo tiempo. Existe un famoso experimento, ideado por el profesor Daniel Simons en 1999, y que puede verse aquí, en el que se proponía a los sujetos que intentasen contar los pases que se hacían entre sí unos jugadores de baloncesto grabados en vídeo. Mientras los espectadores trataban de contar pases, una persona disfrazada de gorila entraba tranquilamente en cuadro, se daba unos golpes en el pecho mirando a la cámara, y salía de nuevo tranquilamente. Los sujetos del experimento eran capaces de acertar o acercarse mucho al número de pases, pero la mayoría: ¡no veía al gorila! Si usted sí que lo ha visto, es posible que jugara con la ventaja de saber que iba a pasar por allí, así que le invito a que vea dos o tres vídeos más de Daniel Simons y se llevará una o dos sorpresas.
Este y otros experimentos ilustran lo que se ha llamado “ceguera por falta de atención” o “inattentional blindess”, que es una limitación de nuestras capacidades visuales cuando tenemos la atención cognitiva puesta en otra cosa. Muy poca gente sabe que este fenómeno existe y que lo sufrimos todas las personas, y de ahí viene la llamada “ilusión de atención”: pensamos que si alguien está mirando algo (por ejemplo, el maquinista del Alvia el libro de ruta, que tenía delante y posiblemente estaba consultando), percibe todos los detalles de lo que mira. No es así, nuestra mente tiene el equivalente de la memoria RAM de los ordenadores y, cuando está llena, se queda colgada.
Daniel Simons, junto con Christopher Chabris, publicaron en 2010 su libro “El gorila invisible”, editado recientemente en España por R.B.A. En sus páginas 38 a 44 hacen una seria advertencia de cómo el hablar por el móvil puede reducir notablemente las capacidades cognitivas de un conductor:
“La mayoría de la gente cree que mientras sus ojos estén en la calle y sus manos en el volante, verán y reaccionarán de forma apropiada a cualquier contingencia. Sin embargo, muchas investigaciones han documentado los peligros de hablar por teléfono mientras se conduce. Estudios experimentales y epidemiológicos muestran que los impedimentos ocasionados por el uso del teléfono móvil son comparables a los impedimentos ocasionados por conducir bajo los efectos de algún tóxico legal. Cuando hablan por el móvil, los conductores reaccionan más lentamente a los semáforos, tardan más en iniciar maniobras evasivas y, en general, tienen menos conciencia de su entorno.
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Las situaciones en las que tales impedimentos resultan catastróficos son aquellas que requieren una reacción de emergencia frente a una acontecimiento inesperado.
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El 77% de los norteamericanos encuestados coincide en que “mientras se conduce, es más seguro hablar con el manos libre que con un móvil común”. El supuesto subyacente de estas creencias y afirmaciones, así como de la mayoría de las leyes sobre las distracciones al conducir -que si se mira la carretera, se verán acontecimientos inesperados -, es precisamente la ilusión de atención.
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El problema no está en nuestros ojos o nuestras manos. Podemos conducir muy bien con una sola mano al volante, y podemos mirar la carretera mientras sostenemos un teléfono.
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El problema no reside en las limitaciones del control motor, sino en las de los recursos de atención y de la conciencia. De hecho, hay muy pocas diferencias -si es que las hay- entre los efectos de distracción que provocan los móviles comunes y los que tienen manos libres. Ambos distraen de la misma manera y en el mismo grado (Horrey y Wickens, 2006, págs. 196-205). Conducir un coche y hablar por el móvil son acciones muy practicadas y que en apariencia no implican ningún esfuerzo, pero se basan en una cantidad limitada de recursos de atención de la mente. Requieren que se realicen muchas cosas, y, a pesar de lo que hayamos escuchado o de lo que podamos pensar, cuantas más tareas que requieran atención realice nuestro cerebro, peor realizará cada una de ellas.
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Cuando usamos un mayor porcentaje de nuestra limitada atención, tenemos ese mismo porcentaje menor de posibilidades de advertir lo inesperado. El problema reside en consumir un recurso cognitivo limitado, no en sostener el teléfono. Y lo más importante es que, tal como lo demuestran las reacciones incrédulas de los que participaron en nuestro estudio, la mayoría de nosotros desconoce por completo este límite de nuestra conciencia.
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Para explorar los efectos de las conversaciones por el móvil sobre la falta de atención directa, Brian Scholl y sus estudiantes de Yale usaron una variante del experimento computarizado del “gorila rojo” descrito anteriormente y compararon un grupo que realizó la tarea de la manera habitual con uno que lo hizo mientras hablaba por el móvil.(…) En su variante particular del experimento, cerca del 30% de los participante había pasado por alto el objeto inesperado cuando contaban, en tanto que los que lo hicieron mientras hablaban por el móvil no lo notaron ¡el 90% de las veces!”
Es pronto para sacar conclusiones acerca de las responsabilidades sobre lo sucedido en la curva de A Grandeira, pero no para lanzar una seria advertencia sobre el sistema de seguridad sobre la velocidad que utiliza RENFE en los trenes ALVIA: depende demasiado de un recurso, la atención, que es mucho más escaso de lo que pensamos.
Guillermo Aguillaume Gandasegui.