TUVE UN SUEÑO EL OTRO DÍA EN EL QUE ABRÍA UN DIÁLOGO DE PLATÓN Y LEÍA ESTO:

Volvía yo de hacer mis libaciones, sacrificios y esas cosas con las que perdíamos el tiempo los atenienses del sigo V. a. C., cuando allá adelante en el camino vi que también seguían el mismo rumbo dos conocidos míos: el catalán Calabulón (así le llamamos los atenienses, uniendo las palabras pozo y monte) y Eclesías, que proviene de una polis que nadie conoce y al parecer nadie ha visto,  y me di cuenta de que andaban muy alegres y ufanos, regocijándose de alguna buena noticia, o de algún oráculo de la Pitia favorable. En fin, que aceleré el paso para enterarme de a qué tanto entusiasmo, y, tirándoles de la túnica, les pregunté:

– Amigos, veo que seguimos el mismo camino, y confío en no importunaros si os propongo acompañaros un trecho, ya que me gustaría saber el por qué de vuestra alegría, quizás sea por una buena noticia que a mí también me pueda dar tanto júbilo.

– Te reconozco, Sócrates -señaló Eclesías- y nos sentimos honrados de que un varón ilustre como tú nos acompañe. La alegría proviene de que mi compañero Calabulón por fin ha conseguido levantar a su pueblo, los catalanes, para que ejerzan su derecho a decidir.

– Imagino entonces que habrá de ser algo muy favorable para los de su polis ese derecho a decidir, pero he de confesaros, mis virtuosos amigos, que por mi parte me declaro totalmente ignorante de qué queréis decir con ello.

– Es sencillo, Sócrates -intervino Eclesías- es el derecho que tienen todos los pueblos a tomar sus propias decisiones.

– No negaré lo que dices, pero necesito aclararme un cosa. Decidme: ¿acaso no creéis que todos los derechos, del tipo que sean, suponen dotar a su titular de un poder decisión? Así, por ejemplo, si decimos que alguien tiene derecho de propiedad sobre un terreno o sobre un esclavo [recordad que soy un ateniense del S. V a.C.] queremos decir que tiene derecho a decidir qué hacer con ellos; si decimos que Alcibíades tiene un derecho de crédito contra Trasímaco para cobrarle una deuda, estamos diciendo que tiene derecho a decidir si le exige el pago de la deuda, las condiciones del pago o si se la condona; o si afirmamos que el Polemarco tiene derecho de mando sobre el ejército de hoplitas, no decimos otra cosa que tiene derecho a decidir la estrategia de la batalla y la disposición de las tropas. ¿No estáis de acuerdo?

– Convenimos en lo que afirmas ?admitieron.

– Entonces, ese derecho a decidir del que me habláis, ¿es el derecho a decidir qué cosas concretamente?.

– Déjame que intervenga -propuso Calabulón- puesto que finalmente yo soy el afectado. Nos referimos Sócrates, al derecho a decidir de cada pueblo sobre sus propios asuntos, en todo aquello que afecte a la vida de sus ciudadanos. Verás, Sócrates, mi pueblo no tiene su propia polis, y es un desastre, porque pertenecemos a una polis mayor, y no nos permiten tomar nuestras propias decisiones.

– Te agradezco, Calabulón, la precisión, pero me declaro todavía insatisfecho con vuestra respuesta. Verás, aunque lleve muerto aproximadamente 2.400 años, me he mantenido bastante al tanto de los asuntos de los vivos, sobre todo gracias a Internet. Y tengo entendido que, conforme a la constitución de la polis que indicas, los catalanes tienen concedidos derechos de decidir sobre la mayor parte de sus asuntos, disponen al parecer de un Estatuto que los garantiza.

– Ese Estatuto existe, pero no es ya legítimo, el pueblo no lo aprueba.

– Querría sin embargo saber, antes de continuar, si estamos de acuerdo con este punto, pues es importante para mi saber qué significa el derecho a decidir. Me parece, aunque os considero mejor informados que yo, que no son pocas las competencias que tienen los catalanes para decidir sobre justicia, policía, educación, sanidad, derecho civil, cultura, vivienda?

– No continúes Sócrates, que la lista es muy larga -cortó entonces Eclesías- nunca cabría en 140 caracteres. No tienes que recitar esas competencias, cualquiera puede mirarlas en Internet.

– Dices bien-añadió Calabulón- no nos distraigamos con lo que todos sabemos. Eso no es lo importante, ya que, cuando se aprobó ese Estatuto, se eliminó la primera y más importante competencia de todas, que es la de decidir nuestra propia identidad como Nación. La identidad no se puede imponer, cada pueblo ha de poder decidir la suya propia, si somos o no somos una nación independiente, pues esa cualidad no proviene de la fuerza de la ley, sino de un sentimiento que compartimos.

– Creo que veo la clave de este problema -convine-. Yo te concederé que los sentimientos y las emociones tienen muy poco que ver con las leyes y las constituciones, y que la fuerza del Derecho no alcanza nunca a cambiar la forma en la que se siente cada persona. Pero dime, Calabulón, ese sentimiento, ¿es unánime entre los catalanes?.

– Hombre, unánime, unánime?. Siempre quedarán unos galos irreductibles, ya se sabe, pero son minoría en nuestra asamblea.

– Entonces, a esa minoría, ¿crees que la mayoría podrá imponerles como han de sentirse?.

– No, tal cosa no podrán hacerla.

– Finalmente entonces, os propongo que convengamos en que los sentimientos son personales y no se deciden colectivamente, de modo que nadie te podrá decir, Calabulón, que no sientas a Cataluña como una Nación, pero no podrías entonces tu tampoco decirles a tus conciudadanos cómo deben sentirse respecto del mismo tema. Ni tampoco se les podrá imponer por mayoría.

– Forzosamente debo aceptarlo, Sócrates. No podremos imponer un sentimiento, pero debo entonces matizar la definición que te di antes de nuestro derecho a decidir. No es tanto el derecho a decidir sentirse una Nación, como el derecho a tomar una decisión colectiva sobre nuestra propia independencia, y esa decisión no puede ser sino por mayoría, porque nos gusta la democracia, como a vosotros atenienses, y en la democracia la minoría debe aguantarse y tolerar el criterio de la mayoría, no queda más remedio. El derecho a decidir es por lo tanto un derecho colectivo a votar por mayoría que debamos ser reconocidos como una entidad política soberana propia, una república en igualdad con el resto de estados.

– Me alegra, Calabulón, que hayas precisado tanto tu postura, porque creo que la voy entendiendo mucho mejor, pero me viene a la mente una duda que no puedo dejar de plantearte. Verás, yo sé que a cada derecho corresponde una obligación. Volviendo a mis ejemplos: yo tengo derecho a decidir que hago con mis propiedades porque todos los demás ciudadanos y extranjeros deben respetar mis decisiones, y el Magistrado, en caso contrario, les obligará a cumplirlas; Alcibíades tiene derecho a cobrar su deuda a Trasímaco, porque éste a su vez tiene la obligación de pagarla, y el Polemarco tiene derecho de mando porque sus hoplitas están obligados a seguir sus órdenes. No hay derecho sin obligación, son las dos caras de la misma moneda.

– Así es.

– Por lo tanto, ante la decisión de que Cataluña se convierta en un Estado independiente, ¿consideras Calabulón que los demás estados y polis, incluyendo esa que no hemos nombrado y a la que pertenece Cataluña, estarán obligados a reconocerla como nueva república?.

– Lo estarán, Sócrates, porque será fruto de una decisión democrática.

– Pero en esa decisión no han participado las otras polis, ni los ciudadanos de esas otras polis, ¿de qué manera podría vincularles la decisión de la mayoría de los catalanes? Déjame, Calabulón, que te explique donde está la contradicción: si consideras que los catalanes deben tomar sus propias decisiones, podrán tomar las que únicamente les afecten a ellos, pero su derecho a decidir no creo que llegue a incluir el derecho a decidir por las demás polis que están obligadas a reconocerles como Nación.

– Mirad, os estáis liando con una cuestión de derecho internacional -intervino entonces Eclesías-. Se trata de una cuestión mucho más sencilla, de pura democracia. Es el pueblo el que decide todo. La voluntad del pueblo lo es todo, puede cambiar leyes y constituciones, y el reconocimiento de los demás, ya vendrá después, por la fuerza de los hechos.

– Podrá venir o no ese reconocimiento, por la fuerza de los hechos, pero eso no tiene nada que ver con la existencia de un derecho a que los catalanes voten entre ellos qué decisión deben tomar los demás estados sobre si les reconocen o no -repliqué. Esa decisión le ha de competer a cada polis, de acuerdo con su constitución. Es lo que el Derecho nos dirá. Una cosa es contar con la fuerza de los hechos y otra con la fuerza del Derecho, que es a lo que apela el derecho a decidir.

– ¿No es eso, Sócrates, una distinción sin una diferencia? ¿Acaso lo que importa no es el resultado final? -repuso Calabulón.

– El resultado final yo no lo puedo saber, desde luego ?tuve que admitir. Quizás el divino Apolo os pueda dar una pista, pero yo pocas. Me limito a intentar comprender ese derecho a decidir del que habéis hablado y que tanto me ha extrañado. Lo que afirmo entonces es que, en Derecho, los catalanes no pueden obligar a nadie fuera de esa nueva república que quieren declarar, a reconocerles como un Estado. Algo han dicho algunos profesores sobre la materia, me parece.

– Ya me estás empezando a poner un poco nervioso, Sócrates, y veo por qué te llaman el tábano de Atenas -intervino Calabulón-. Eres un pesado. Esto es muy sencillo: todos los estados deberán reconocer a la nueva república catalana porque será un estado como ellos, ¿cómo van a negar la existencia de lo que tendrán delante de sus ojos?

– Entonces, Calabulón ?señalé- la decisión ya estará tomada, de modo que la obligación de la que hablas de reconocer a Cataluña empezará en todo caso cuando ya sea una república independiente, y, si es así, ¿de qué derecho a decidirestamos hablando? El derecho y la obligación correlativos, sólo los puedes haces nacer cuando ya se ha tomado antes una decisión, y además ha sido en sentido afirmativo. Es decir, que postular el derecho a decidir parte de la premisa de que solamente cabe la decisión afirmativa, ,pues antes de que se haya tomado esa decisión no existirá ese derecho. Y, en segundo lugar y por lo tanto, su nombre no es correcto, pues no es un derecho a decidir, sino en todo caso un derecho a que la decisión ya tomada de ser una república independiente se respete, pero para, eso primero hay que empezar por ser una república independiente. No sé a vosotros, pero a mi me vienen unos cuantos dichos a la cabeza sobre empezar la casa por el tejado, poner el carro antes de los bueyes o construir castillos en el aire, pero como soy, o eso dicen, un filósofo, lo diré un poco más fino: esto es una petición de principio, una contradicción lógica que implica incluir la conclusión de un argumento como una de sus premisas. Hacer supuesto de la cuestión, vaya. Me recuerda también a la historia del Barón de Münchhausen, aunque esta no tendría yo por qué saberla porque es de 21 siglos después de que me tomase la cicuta, pero viene a cuento: contaba este petulante barón, entre otras invenciones, que en una ocasión se salvó a sí mismo de morir ahogado en una ciénaga tirando de su propia coleta para salir. Del mismo modo el derecho a decidir del que me habláis no tiene contenido alguno si no se basa en la decisión previamente ya tomada de los catalanes de ser una república independiente.

En este punto, Eclesías cortó la conversación:

– Francamente, Sócrates, eres un pesado y un aguafiestas. Nosotros vamos a seguir por este lado del camino y tu vete por el otro, que no queremos que nos busques más contradicciones. Todo eso que has explicado es imposible decirlo en Twitter, no cabe en la pancarta de ninguna manifestación, y si lo intentamos gritar por un megáfono en una movilización nos tiran piedras. Mensajes cortos y con gancho, es lo único que cuenta, y déjanos en paz que podemos decir lo que nos de la gana, porque estás muerto y además no tienes Twitter para replicarnos.

– Pues muy bien.

– Pues eso. 

Guillermo Aguillaume Gandasegui.