He descubierto ya en la madurez el pensamiento político de Ortega y Gasset. Los que estudiamos COU teníamos una asignatura de filosofía en la que Ortega era un pensador “optativo”: podíamos elegir entre estudiar su pensamiento o el de Nietschze. La elección para cualquier adolescente era obvia: entre nihilismo y responsabilidad, el nihilismo es mucho más divertido. Qué lástima; si estudiar a Ortega y Gasset hubiera sido obligatorio contaríamos todos con unas herramientas intelectuales imprescindibles para enfocar algunos de los desafíos a los que hoy nos enfrentamos, como la cuestión del referendum de independencia en Cataluña, que buena falta le harían al Gobierno de la Nación para corregir los errores de bulto en los que está enfrascado.

Sin más preámbulos, me gustaría resumir algunas ideas del filósofo madrileño que sirven para enfocar de manera clara y constructiva las principales variables de este problema: qué es una nación, qué es un estado, la relación entre ambos, la verdadera naturaleza de la autoridad, y la insensatez por la que se está deslizando el Gobierno.

Ortega basó su idea de nación en la metáfora del historiador francés Ernest Renan, quien afirmaba que una nación es un plebiscito cotidiano (plébiscite de tous les jours), una fusión de pasado común y voluntad de convivencia en el presente, y la proyectó también hacia el futuro. En La rebelión de las masas, define la idea de nación tanto en positivo como en negativo. Veamos, en primer lugar, lo que no es para él una nación. Es una comunidad que no se puede definir ni por la lengua, ni por la raza, ni por las fronteras naturales:

<<¿Qué fuerza real ha producido esa convivencia de millones de hombres bajo una soberanía de Poder público que llamamos Francia, o Inglaterra, o España, o Italia, o Alemania? No ha sido la previa comunidad de sangre (…). No ha sido tampoco la unidad lingüística (…). La relativa homogeneidad de raza o lengua de que hoy gozan -suponiendo que ello sea un gozo- es resultado de la previa unificación política. (…), es el Estado nación quien nivela las diferencias originarias de glóbulo rojo y son articulado. (…) Toda unidad lingüística que abarca un territorio de alguna extensión es casi seguramente precipitado de alguna unificación política precedente. (…) La “naturalidad” de las fronteras es meramente relativa. Depende de los medios económicos y bélicos de la época. (…) Las fronteras han servido para consolidar en cada momento la unificación política ya lograda. No han sido, pues, principio de una nación, sino al revés, al principio fueron estorbo, y luego, una vez allanadas, fueron medio material para asegurar la unidad. (…). Sangre, lengua y pasado comunes son principios estáticos, fatales, rígidos, inertes; son prisiones. Si la nación consistiese en eso y nada más la nación sería una cosa situada a nuestra espalda, con la cual no tendríamos nada que hacer. La nación sería algo que se es, pero no algo que se hace (…). Si la nación consistiese no más que en pasado y presente, nadie se ocuparía de defenderla contra un ataque. Los que afirman lo contrario son hipócritas o mentecatos. (…) Nos parece deseable un porvenir, en el cual nuestra nación continúe existiendo. Por eso nos movilizamos en su defensa; no por la sangre, ni el idioma, ni el común pasado. Al defender la nación defendemos nuestro mañana, no nuestro ayer>>.

En efecto, nos enseña Ortega que la nación no es nada de eso: aprendamos de él y dejemos de discutir sobre el pasado o sobre el idioma, pues nos ofrece una enseñanza más profunda y más útil para nuestras preocupaciones: la convivencia política se basa en la coincidencia y en la adhesión a un proyecto común. Lo importante no es lo que somos o hemos sido, sino lo que queremos hacer juntos. Lo resumió en España invertebrada:

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En La rebelión de las masas desarrolló esta intuición fundamental, partiendo de dos ideas: el carácter activo de la vida ser humano y la idea de que la unidad política se basa en la convivencia política, que, como es un modo de vivir en conjunto, ha de ser igualmente activa:

< (…) El Estado empieza cuando se obliga a convivir a grupos nítidamente separados. Esta obligación no es desnuda violencia, sino que supone un proyecto iniciativo, una tarea común que se propone a los grupos dispersos. Antes que nada es el Estado proyecto de un hacer y programa de colaboración. Se llama a las gentes para que juntas hagan algo. (…). El Estado es siempre, cualquiera que sea su forma -primitiva, antigua, medieval o moderna-, la invitación que un grupo de hombres hace a otros grupos humanos para ejecutar juntos una empresa. Esta empresa, cualesquiera sean sus trámites intermediarios, consiste a la postre en organizar un tipo de vida en común. (…). No es la comunidad anterior, pretérita, tradicional o inmemorial -en suma, fatal e irreformable-, la que proporciona título para la convivencia política, sino la comunidad futura en el efectivo hacer. No lo que fuimos ayer, sino lo que vamos a hacer mañana nos reúne en Estado.>>

De este concepto activo y emprendedor de la convivencia política se sigue por pura lógica una tendencia del Estado para reformarse y transformarse mucho mayor a la esperada:

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Si estas afirmaciones nos convencen -yo desde luego las suscribo una a una- es obligado preguntarnos si la voluntad de separación que exhiben buena parte de los ciudadanos catalanes (y de otras comunidades) no tendrá algo que ver con el proyecto que une a los españoles, que puede ya estar agotado. Según Ortega, el proyecto germinal de España como promesa de futuro era la expansión territorial. Así lo describe en España invertebrada:

<< La unión se hace para lanzar la energía española a los cuatro vientos, para inundar el planeta, para crear un Imperio aún más amplio. (…) Para quien tiene buen oído histórico, no es dudoso que la unidad española fue, ante todo y sobre todo, la unificación de las dos grandes políticas internacionales que la sazón había en la península: la de Castilla, hacia África y el centro de Europa; la de Aragón, hacia el Mediterráneo. El resultado fue que, por primera vez en la historia, se idea una Wetlpolitik [política mundial]: la unidad española fue la hecha para intentarla>>.

Para Ortega, este proyecto quedó agotado en 1580, y añadiría yo que tardamos unos 300 años en darnos cuenta, hasta 1898. Y, ¿qué hay de la España de hoy? ¿Cuál es su proyecto? Me atrevo a decir que ahora mismo no lo tiene. En el proceso constituyente de 1978 se buscó un consenso de mínimos entre grupos políticos y sociales enfrentados para coincidir sobre un proyecto común, que podríamos llamar la “consolidación de la democracia”. La instauración de un régimen político parlamentario y la protección de los derechos fundamentales, laminados durante la dictadura de Franco, eran colectivamente deseables e históricamente inevitables, pero tenían enemigos y se enfrentaron a resistencias: los militares, la ultraderecha, el terrorismo de E.T.A o el GRAPO. Eran tiempos convulsos y había que cerrar filas en torno a la implantación de una democracia parlamentaria, que nunca antes en España había llegado a fraguar realmente. Era un proyecto modesto, limitado, sin grandes aspiraciones, pero necesario, y fue logrado. En mi opinión, la democracia estaba asentada en España y era reversible desde 1992, después del fracaso de las intentonas golpistas, la consolidación de un consenso en la lucha contra el terrorismo, la entrada en la entonces Comunidad Europea, la implantación de un Estado del bienestar, las reformas sociales en materia de aborto o divorcio, y el tránsito de la derecha post-franquista a posiciones más centradas (esto fue lo último en suceder).

Una vez consolidada la democracia, mi opinión es que España como proyecto no se ha renovado. Desde mediados de los noventa nos enfrascamos en una ilusión colectiva de riqueza que era solamente eso, una ilusión, y ni siquiera cuando estaba viva constituía una mínima base de proyecto político colectivo serio y atractivo. Tenemos un Estado, pero ahora mismo no tenemos muy claro qué hacer con él. Porque lo que nos enseña Ortega es que lo importante para unir a los ciudadanos en un proyecto de convivencia política no es lo que son o lo que eran, sino que lo quieren hacer juntos.

No caben en estas líneas los mimbres de ese proyecto, y es obvio que Ortega no puede ayudarnos en dotarlo de contenido, pues desde que dejó de escribir hasta hoy la realidad ha cambiado. Pero sí que puede ayudarnos un poco más, lanzando una advertencia sobre los errores que el Gobierno de España está cometiendo al enfocar el impulso soberanista en Cataluña. Ortega advirtió que el poder político no debe llamarse a engaño sobre su naturaleza. Su fuerza última no está en la violencia física -el famoso monopolio de la violencia de Max Weber- ya que, como el propio Weber advertía, hablamos de la violencia legítima, no la del tipo que puede ejercer una banda de ladrones. Pues bien, Ortega advierte que en último término, la piedra de toque de esa legitimidad, y por lo tanto el fundamento de la autoridad se encuentra en la opinión pública:

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El Gobierno no está planteando la batalla en el terreno donde se va a decidir. Se está empeñando en defender la limitada tesis de que las aspiraciones de los soberanistas no se ajustan al vigente ordenamiento jurídico. Es obvio, ni las de ellos, ni las de la plataforma antidesahucios, ni las de los sindicatos, ni las de la patronal, ni las de cualquier grupo de ciudadanos que se organice para proponer un cambio de las reglas de juego. Es como decirle a un equipo que no puede ganar el partido porque no ha metido gol en el minuto 5’ de juego. La Ley y la Constitución son reformables, y lo que se está jugando es el partido de si deben serlo o no y de qué manera. No es mínimamente viable, menos en democracia, ofrecer como proyecto de futuro el del mantenimiento indefinido del orden jurídico vigente. También lo advertía Ortega:

<<(…) La unidad jurídica no es la aspiración que impulsa el movimiento creador del Estado. El impulso es más sustantivo que todo derecho, es el propósito de empresas vitales mayores que las posibles a las minúsculas sociedades consanguíneas.>>
Y de manera más específica para nuestro problema en España invertebrada:

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Con estas palabras, el señor Ortega y Gasset envía una precursora invitación al señor Rajoy para que deje de hacer el “druso”, para que deje de pensar que no hay un partido en juego, que no hay batalla que luchar porque ha llegado a la imaginaria conclusión de que ha ganado su tesis porque es la que recoge el Derecho vigente. El partido que se juega no es ante los Tribunales de Justicia, es ante la opinión pública, es del plebiscito cotidiano y no se gana con el Derecho, se gana con propuestas y con un proyecto de futuro que gane la adhesión de la mayoría de los catalanes a seguir formando parte de España.

Guillermo Aguillaume Gandasegui.